hay cosas que nunca voy a dejar de extrañar.
hay lenguajes que de pronto se acaban. hay idiomas acordados que de pronto mueren. de pronto se pierde todo norte y a la brújula se le rompe una manecilla y el azul se desgasta y toca confiar en la posición del sol.
hay palabras que se borran de la arena y las nuevas olas llegan y se llevan todo rastro de léxico posible. no confío en el mar y tenía muchas ganas de escribir, pero no sabía por dónde empezar.
los silencios de mi escritura me asustan porque significan muchas cosas. a veces no significan nada (eso también me da miedo)
intenté escribir desde el sillón gris de mi abuela. desde mi auto en un alto y recargada en mi lavamanos. acabé en el piso de mi cuarto sentada de chinito.
estos días he pensado mucho en el propósito de las cosas.
no. perdón. en hacerlas con propósito.
intenté abordarlo desde una exposición de arte reciente. desde un post en Instagram. la letra de una canción. el fragmento del libro que estoy leyendo (perras de reserva de dehlia de la cerda) y acabé tomando de impulso una expedición peligrosa que hice a mis fotos de hace cuatro años. no fue sin querer queriendo, fue con propósito. no sé si el principal era terminar escribiendo (¡por fin!) esta entrada nueva.
también he hablado mucho con a acerca de extrañar. nos hemos estado repitiendo simultáneamente que extrañar está bien. no sé quién de las dos necesita oírlo más veces entonces desquitamos las posibilidades así.
un viernes le mandé una voicenote que decía
- solo creo que me preocupa vivir extrañando ¿ves?
- sí lo sé
tres días después mi celular vibró
- te extraño. cómo estás? crees que algún día dejemos de extrañar?
la cotidianidad de sus preguntas siempre me agarra desprevenida. me encanta.
- no se (sí, lo escribí sin acento) no creo. la verdad no creo.
- no, verdad? será una maldición? o será algo bueno? hoy lo veo como una maldición. no te voy a mentir
- todavía no tengo idea. sigues despierta? cómo estás?
a veces extrañar es tan profundo. es digno de un hoyo negro.
pienso en la película de toy story en donde woody va cayendo al vacío junto con las cartas de picas. que ansia.
la conversación me dio comezón toda la semana. naturalmente, llegue a terapia con una premisa y no una pregunta.
ya no quiero extrañar
no la desenmarañé. se la dije a A y me dejó seguir hablando, se me perdió entre lo que se empezó a construir a mitad de sesión.
me dio gripa dos días después de mi terapia. primero culpé al frío. después al calor. a la lluvia que no me avisó que iba a llegar ese sábado. a mi versión necia que se niega a salir con chamarra. a la noche fría saliendo del ensayar cuando todavía traigo el cuerpo caliente.
ayer por fin acepté que mi gripa solo era una señal clarísima de mi cuerpo de querer llorar. perdí a alguien hace unas semanas. hablé mucho con mi papá y me dió paz las primeras horas después del suceso. sus mensajes llegaban a aliviarme, pero la conversación se terminaba en mi cabeza en cuanto bloqueaba mi celular para seguir con la tarea interminable que me ha dejado ingeniería las últimas tres clases.
lo vi de pronto, empecé a pensar en el propósito porque dejé de verlo.
¿qué caso tenía apuntarlo con una linterna si de todos modos se veía borroso? ¿desde cuándo busqué propósito y me olvidé de todo lo que se encuentra en el camino antes de alcanzarlo?
A me explicó los dos extremos de mi cabeza estos días. llevo meses enteros trabajando mi forma de sentir intensamente en cualquier ámbito de mi vida. le di vueltas a la idea desde que se me presentó en terapia y sin darme cuenta la hice mi forma de supervivencia. si sentir tanto me estaba costando el alma y media, entonces la única solución lógica que se le ocurrió a mi cerebro fue dejar de hacerlo. ahí entendí que mi cuerpo no solo quería llorar, quería sentir.
peligroso ¿ves?
los días empezaron a pasar y yo sorteaba pensamientos como si se tratara de jugar ponchados en la primaria. me quedaba quieta para que el contrincante me lanzara la pelota y en cuanto venía en línea recta, me movía para que no me diera.
siempre me eliminaban primero.
las noches me alcanzaron con un pie afuera de las cobijas y la cabeza en dos almohadas para poder respirar bien. con un té de miel y limón. un bañarme en la tarde para que no me doliera la garganta en la noche. una pastilla cada ocho horas y un montón de kleenex en mi buró izquierdo. opuse resistencia como si se me fuera la vida en ello.
me ocupé todos los días. entre las dos universidades y los ensayos que ocupan la mitad de mi semana, me despojé de cualquier movimiento físico involuntario. por eso empecé a pensar en el propósito.
antier me empezó a dar miedo hacerlo. llevo al menos cuatro años de mi vida usando el entender el proceso como estandarte. como lo que hay que hacer cuando no queda nada más. los últimos dos meses me repetí constantemente que por primera vez no quería entender y confiar en el proceso, que quería solo atravesarlo y ya. que ingenua. mi corazón no sabe solo de atravesar.
el corazón que guardo quiere entenderlo todo, no solo sentirlo. quiere darle dirección y constancia a lo que lo llena. quiere aprender a arropar lo que lo hace ser corazón y también tiene muchas ganas de ser usado en su totalidad. no puedo sedarlo.
no puedo dejar de sentir como siento. no puedo ponerle pausa a lo que traigo dentro. no puedo pedirle que deje de bailar, de gritar, de llorar o de reírse. no puedo construir un bache de frente para que se le ponche una llanta. no puedo vendarle los ojos, porque hay tantos sentidos que lo acompañan que ni eso sería suficiente para dejarlo ciego.
no puedo dejar de sentir como siento porque no estoy dispuesta (ni siquiera un poquito) a dejar de ser lo que soy cuando siento mucho.
hablé con a un viernes de una semana atrás y empecé este texto hace dos días. tuve cuarenta y ocho horas para decidir qué rumbo iba a tomar y ahora sé que eso es lo de menos. mi impulso para escribir siempre ha sido producto de una precipitación. de un aviso de avance.
extrañar es un hoyo negro, sí. pero si me acerco una milla más, si escarbo antes de caer, si entrecierro los ojos, entonces ya no es hoyo negro.
en la física hay un concepto llamado singularidad desnuda. esta es un teoría en donde se dice que hay un punto en el universo en donde la gravedad es infinita y las leyes de la física, simplemente dejan de funcionar. los agujeros negros (por los que caigo siempre que extraño) tienen algo llamado horizonte de eventos, de este horizonte nada entra y nada sale, ni siquiera la luz. cuando lo tocas de pronto te atrapa y si tienes muy buena suerte sales, o si confías en la posibilidad de ver más allá.
dentro de este horizonte está la singularidad (el punto en donde toda la materia se ha comprimido en un espacio extremadamente pequeño) y está siempre está oculta, por eso nadie puede verla, a menos de que sí. también existe la singularidad desnuda, este es el lugar en donde la física deja de tener sentido. es el punto en donde el tiempo, la materia y el espacio son un caos absoluto y nada sabe qué pasa si te acercas. no hay propósito, solo posibilidad.
hay un montón de científicos que dicen que, si alguien algún día descubriera esta singularidad, cambiaría por completo su comprensión del espacio y el tiempo.
no creo estar cerca de verla hoy ni mañana, pero las posibilidades siempre me han parecido extrañamente atractivas. me cautiva saber que hay más. más de lo que conozco, de lo que puedo sentir, de lo que creo, de lo que sé que existe. es infinito y es muchísimo.
ayer ensayé casi cinco horas seguidas y llegando a casa me metí a bañar. hay días en dónde me siento muy afortunada por vivir lo que vivo. por tener pasión y por entregarme totalmente a lo que más amo en el mundo. el arte.
salió una canción que me sé de memoria y me acompañó a agradecer. di las gracias y después lloré, con propósito.
hoy puse el freno de mano y lloré afuera del trabajo de mi mamá. le lloré a carlos y me lloré a mí. por primera vez nos lloré a los dos al mismo tiempo. me gustaría escribir más de él. contar todo lo que es, pero lo que soy ahora no tiene entereza para hacerlo y rechazo la idea de usar el pretérito para describirlo.
lloré porque no siempre el llanto viene de la tristeza, hay lágrimas livianas que nacen de mi impulso involuntario de sentir mucho. llorar de amor me habita
probablemente nunca deje de extrañar los lugares que amé. no importa si existen en otro uso horario, en una primaria de hace seis años, en unas escaleras, en un salón de ensayos, en una butaca, en las manos de la persona que ya no está, en la risa de los que ya no puedo ver o en el reflejo de lo que ya no encuentro en el espejo.
solo podría alcanzar el no extrañar desde el olvido, y yo no estoy dispuesta a quitarle a mi memoria lo que hizo suyo. tampoco estoy dispuesta a pedirme dejar de sentir tanto, somos lo que somos por esto sara, porque sentimos mucho
y está bien.
pero también, le apuesto todas mis cartas a mi capacidad de extrañar desde otro lugar.
claribel alegría, una escritora nicaragüense un día escribió
¨… hay días en que la nostalgia se sienta a tomar café conmigo.
no es tristeza, ni vacío,
es solo una forma de amor que mira hacia atrás
y acaricia lo que fue
con la ternura de quien sabe que todo pasa,
pero nada se pierde del todo. ¨
y yo soy mucho de creer.
gracias si me leíste hasta acá, escribir siempre es un respiro.
sara
de verdad, Sara, agradezco haber encontrado tu escrito cuando estoy en proceso de aceptar mi forma de sentir todo con tanta profundidad
tuvimos la suerte de ser así
HOLA, AME TU ESCRITO. Realmente supusiste poner en palabras lo que siempre pensé. Extrañar no es malo, recordar mucho menos, hay gente que no puede darse ese mismo lujo de extrañar :(